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Entre Prejuicios y Discrimen

Por: Ivelisse Agostini

A pesar de vivir tiempos en que la educación alcanza a muchas más personas y que entre los educados hay muchos más con post-grados, en nuestra sociedad prevalecen los prejuicios y las distintas manifestaciones de discrimen.

Por definición, el prejuicio trata de la forma en que emocional y sentimentalmente ve de forma positiva o negativa a otras personas, un entorno social ya quienes éste cobija. De otra parte, el discrimen trata sobre nuestra conducta frente a posibles prejuicios en favor o en contra de personas, o su núcleo social.

Conocer lo que sucede en el gran mundo es muy fácil cuando los medios de comunicación están globalizados a extremos que no podemos evitar ver noticias realmente alarmantes.

En este proceso de analizar este mal que evidentemente sigue persiguiendo a muchos, nos vemos tentados a ver la realidad desde un punto más cercano: familia, vecinos, profesión, iglesia, partido político, etc.… El ejercicio nos lleva a concluir que somos continuamente capaces de discriminar, hasta cuando somos discriminados.

Los tipos de discrimen más comunes y sobre los cuales ya existen en muchos lugares leyes que pretenden evitarlos, tratan sobre oportunidades de empleo o cobertura de beneficios por edad, sexo, raza y credo. Sin embargo, hay que ver como a través de estas leyes, todos los días se siguen ventilando en las cortes casos de discrimen.

Sin embargo, la lista de prejuicios y del subsiguiente discrimen, que de alguna manera están muy ligados a cultura y etnia, se extienden a:

  • Grupos políticos que solo utilizan a sus seguidores con o sin capacidad para ello;
  • Preferencia sexual, que incluye tanto a los hetero como a los homosexuales, rechazándose entre si;
  • Nivel social, aún cuando hoy le falta el dinero a quienes una vez lo tuvieron y les sobra a otros que una vez carecieron. Lo anterior propende a humillar, a herir ya favoreciendo solo al amigo o limitar alguna oportunidad al que no lo es.
  • Por educación, donde algunos creen poder caminar sobre las aguas porque tienen un título cuando todavía carecen de buenas maneras en el trato a otros, de modales y principios morales. No falta el que se sirve de otros sin darles crédito para poder hacer el trabajo que ellos “supervisan” ni, los que creen que por su experiencia no hace falta pedir consejo al que tiene más educación. También están los que no quieren dar espacio al “advenedizo”.
  • Por creencias religiosas, donde existe rechazo entre unas religiones y otras; entre los mismos grupos o entre los que creen o no creen. En este caso, se ha visto desde la burla hasta el más insensible rechazo.
  • A nivel familiar se ven situaciones discriminatorias en las relaciones entre padres, hijos o hermanos, pero sobre todo entre suegros, nuera y yerno; por apariencia fisica; por estatus social; por poder adquisitivo; por discapacidad, enfermedad o dependencia; por política; por preferencia sexual o por religión; por país de origen y, hasta por el equipo deportivo preferido.

Detrás de los prejuicios está la generalización, el clasificar por estereotipos sin conocer la integridad total de una persona y, tristemente, un grado de soberbia que hace creer a unos mejores que otros, así como celos, el egoísmo o inseguridad, entre los que se sienten inferiores.

Curiosamente, a veces somos discriminatorios cuando favorecemos de forma exagerada a otras personas, si con ello perjudicamos o hacemos sentir mal a otros en el mismo entorno, especialmente si no se justifica. porque el discriminado dispone de los méritos para ser apoyado.

Cuando discriminamos desde una perspectiva negativa, no solo actuamos ofensivamente y muy probablemente de forma injusta, en perjuicio de otros, si no que muchas veces, perdemos la oportunidad de integrar a nuestra vida personas valiosas, cuyas circunstancias pueden cambiar y un día ser ellas las que nos rechacen. Uno y otro podemos tener creencias, principios y valores; un color de piel, más o menos educación y poder adquisitivo y comportamientos de acuerdo con estos, pero nada nos otorga el derecho de menospreciar a otros. Esto no quiere decir que todo es relativo y que debemos aplaudir u apoyar lo que entendemos está mal. Se trata de que cada cual tenga oportunidades de salir adelante, de ser justos y hacer lo justo, de permitir que cada cual logre su máximo potencial y evolucione.

Al final, los prejuicios y el discrimen nunca son positivos, ni cuando los vemos ensalzados por el presidente de una nación o de un ministrante alegadamente religioso, ni cuando los practicamos nosotros en nuestro mundo pequeño, en el que si queremos que se manifieste el amor, debe haber respeto, aceptación y compresión.


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