Impostergable Reflexión Personal
Por: Ivelisse Agostini
Entre la infinidad de vertientes filosóficas que se refieren a creencias religiosas y metafísicas, se ha puesto muy de moda autodenominarse agnóstico. Se trata de un término al que se acogen aquellos que “no afirman la existencia o inexistencia de Dios mientras no sean demostrables”, algo muy atribuible a los tiempos de relativismo que vivimos, donde se promueve que todo punto de vista es válido, que nada es enteramente bueno ni enteramente malo. Los más “radicales”, se declaran ateos, afirmación que implica que no creen en nada divino, empezando por no creer en la existencia de un Dios.
Para el que no me conoce, soy cristiana católica y, dentro de mi humanidad, trato de practicar las enseñanzas de Jesucristo, aunque no siempre lo logre. Además, siento un gran respeto por aquellos que desde otros movimientos profesan el cristianismo y me siento libre y feliz de participar en sus servicios. De igual forma, respeto a quienes, sin ser cristianos, buscan llevar una vida sana, que promueven los valores morales y el desarrollo espiritual, aunque no coincidamos en torno a algunas creencias. De otra parte, me cuesta entender y aun así lo respeto, que se pueda percibir la energía espiritual a veces tan evidente y que no aceptemos la existencia de una divinidad creadora a quien rendir respeto.
En este hermoso lugar en que nos tocó nacer, donde existe la libertad de credo, la mayoría de sus habitantes son cristianos, muchos bautizados católicos, pero por diversas razones, pertenecen hoy a otras denominaciones cristianas. Mientras, ha ido creciendo el grupo que adopta parte de la influencia mentalista y filosófica del budismo, pero realmente no profesan la religión, ni sus preceptos.
Ser cristiano no es una religión, sino una forma de vida, por eso nunca ha sido fácil. Parece, además, muy probable que ha llegado el tiempo profetizado en la Biblia, de la apostasía o abandono de los cristianos a sus creencias religiosas. La dificultad de ser cristiano, lamentablemente, tiene mucho que ver, con que algunos de nuestros propios líderes, a través de la historia, han actuado en contra de lo que predican. De hecho, el mismo Jesús, antes de despedirse, anticipó que enviaría al Espíritu Santo consolador, porque su promesa de salvación no nos libraba de pruebas, pero sí de que, con su ayuda podremos resistirlas y hasta superarlas. También nos advirtió que llegarían tiempos en que veríamos falsos profetas, de divisiones; de herejías; de aceptar lo que está mal por bueno; del engaño, egoísmo y confusión, que nos alejarían de la Verdad. Importante destacar que, en ningún momento, dentro de mi humilde conocimiento religioso, he escuchado ni leído, que entre las enseñanzas de Jesús esté que nos corresponda juzgar o rechazar a otros porque piensen o actúen diferente. Tampoco nos dijo que éste fuera el Paraíso, que lo único que tiene en común con el de la “creación” es que el hombre posee libre albedrío y que con el paso del tiempo ha cometido terribles errores e injusticias, que muchos le quieren achacar a Dios.
Aunque “la salvación es individual” y tiene que surgir de un deseo personal, vale la pena que ayudemos a otros a que se interesen en lograrla. Por eso, teniendo la oportunidad de llegar a algunos a través de este foro, es preciso aprovecharla para invitar a los no creyentes a que reflexionen sobre la posición asumida. Para ello, es necesario y recomendable repasar las enseñanzas de Jesús, que para mí, es el Hijo de Dios, para otros, un gran profeta, pero sobre cualquier nombre, un modelo a seguir si aspiramos a vivir en paz nuestra libertad. Su vida, narrada en los Evangelios, así como los demás libros del Nuevo Testamento, abren nuestros ojos para entender por qué no hace falta ver para creer, algo que coincide con lo que define a los agnósticos y que, además, hay promesa de un Reino de los Cielos, al que podemos aspirar.
La próxima celebración del Día de Pentecostés, en la que los Cristianos recordamos el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, resulta una oportunidad para acercarnos a Dios y pedirle que nos conceda el don del discernimiento y que dejemos la arrogancia de aparentar que lo sabemos todo, cuando decimos no creer en nada. Bajo esa misma premisa, es incongruente que no creyendo, se pida a otros que oren por una causa cuando les abate el dolor y la desesperación. La humildad es un principio importante y necesario si queremos transformarnos en mejores personas, si queremos acercarnos a Dios, de forma directa. De esta forma, podemos participar de la llamada Comunión de los Santos, que es orar entre creyentes, aunque también por los que no crean, porque todos somos creación de Dios.
Al final, este reportaje solo pretende invitar a todos a que, durante este tiempo donde abunda la confusión, reflexionemos que de nada vale pasar por los calvarios que a veces creemos vivir, si no existe la salvación de ese alma que trasciende aunque el cuerpo muera. Que no resulta fácil, ya lo dije, que no me considero santa, tampoco, pero acepté la invitación a creer que es posible, porque nos brinda esperanza en la misericordia y la justicia divina, esa que sigue existiendo a pesar de que algunos prefieran adjudicarle a Dios, los errores y desastres provocados por el hombre. Y, es que para todo el que cree existe el consuelo y la esperanza que brinda la Fe poque “…aunque pase por caminos de muerte, no temeré, porque Dios está conmigo”.