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El antes y después del perdón

Por: Ivelisse Agostini

Hay que ser muy afortunado para no haber experimentado el dolor de una traición y “cuasi santos”, para no haber herido o lastimado a otra persona, de una u otra forma.

Herir los sentimientos de alguien puede ser tan sencillo como molestar o hacer sentir menos a alguien que desea y no recibe tu admiración. En otros casos, en que puede mediar la intención, como es engañar, manipular, criticar, humillar, maltratar, sabotear o desprestigiar a alguien, se producen heridas más profundas y mayor perjuicio para la víctima. Y, es que situaciones como las descritas suelen suceder entre personas de confianza como pueden ser pareja, familiares, amistades, compañeros de trabajo, colegas o conocidos. Son el deseo de control o poder, el egoismo, los complejos y traumas, los estímulos más comunes entre quien hiere, con o sin intención. Y, a mayor cercanía y confianza, mayor se sentirá la traición.

Puede darse la circunstancia de que alguien tarde en aceptar el daño que le ha ocasionado a otra persona, algo que ocurre con frecuencia entre quienes se sienten con autoridad para juzgar o piensan que la razón siempre les asiste. En otras ocasiones tienen que intervenir terceros para hacerle consciente de su falta, pero por lo general, el reconocimiento suele ser producto de procesos de iluminación cuando se hace urgente la necesidad de reconciliarse con Dios y vivir en paz. En contraparte, el perjudicado puede sentirse víctima del otro y alimentar rencores hasta el extremo de amargarse y/o deprimirse.

En cualquier circunstancia, el perdón es el único remedio que puede sanar heridas entre los seres humanos. Pedir perdón es un ejercicio de humildad que comienza con aceptar una culpa, existe sincero arrepentimiento y se pide disculpas a quien se ha lastimado. De otra parte, perdonar es disculpar a quien le ha herido u ofendido, de tal forma que quede liberado de sentimientos de coraje, angustia o deseos de venganza.

El perdón es tan positivo para quien pide disculpas como para el que perdona, a tal extremo, que beneficia la salud mental, emocional, y espiritual; mejora la autoestima y libera a la victima del control que pueda ejercer en su vida quien le ha ofendido. Más allá de querer olvidar, hay que esforzarse en no recordar las ofensas o situaciones vividas. Además, hay que estar preparado para que, aun solicitando el perdón, la otra persona no vuelva a confiar como una vez lo hizo, especialmente cuando el daño ha involucrado a más personas o ha tenino  consecuencias significativas. Esa falta de confianza conlleva algún distanciamiento que puede interpretarse como rechazo y hasta soberbia, pero en la mayoría de los casos, el que ha perdonado lo único que desea es protegerse.

Desde la perspectiva cristiana, es necesario perdonar “hasta 70 veces 7” y más importante aún, pedir perdón cuando “hacemos a otros, lo que no deseamos que nos hagan”. Tan real es esto que la oración del Padre Nuestro que Jesús nos enseñó dice: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” y que antes de despedirse de sus discípulos, los instruyó en torno a la Reconciliación.

Al final, cuando de ofensas se trata, hay procesos complicados, algunos de los cuales destruyen vidas; casos tan graves que tienen que ser dilucidados mediante arbitraje o en una corte, donde no necesariamente habrá justicia. En este caso, para quienes tenemos Fe, siempre existirá la justicia de Dios, que es quien puede ver lo que hay en cada corazón y detrás de cada acción u omisión.


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