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Aprecio a la Lealtad

Por: Myra Sánchez
 

La lealtad es un valor moral que, por definición, describe la fidelidad o devoción a una persona, país, grupo o causa.  Sobre este tema, podríamos decir infinidad de cosas pues, como bien se describe, este valor impacta muchos aspectos de nuestra vida, tanto desde nuestra perspectiva hacia los demás, como de los demás hacia nosotros. En momentos en que existe tanta confusión social, moral y de toda índole, surgen, una y otra vez, cuestionamientos personales sobre hacia dónde debemos dirigir nuestra lealtad. De igual forma, cuando somos nosotros los que estamos en medio de una crisis, será el momento en que podamos comprobar cuántos prevalecen a nuestro lado, cuántos callan o se mantienen al margen y hasta los que se alejan totalmente y nunca vuelves a saber de ellos. Y, no entro en el tema del “chisme”, pero hay quien falta a la lealtad compartiendo confidencias.

El cotillo o “chisme” en torno a otra(s) persona(s), es una de las tristes manifestaciones de la falta de lealtad. Suministrada.

Usualmente escogemos compartir con personas afines, por lo cual el intercambio de lealtades no debería ser tan difícil. El dilema viene cuando nos enfrentamos a “ecosistemas heterogéneos”, competitivos, en donde algunos necesitan asumir protagonismo o desean controlarlo todo. Ante ello, la lealtad, como pasa con la caridad, debe empezar por casa, recordando principios, valores y convicciones y asegurándonos de no asumir posturas que perjudiquen a otros, pero tampoco a nosotros. Una buena señal que muestra que estamos siendo desleales, es cuando mentimos para justificarnos, porque como lee el viejo dicho: “la verdad aunque severa, es amiga verdadera”. 

Una experiencia personal, me hizo descubrir cuán importante es la lealtad hacia nosotros mismos y a nuestros principios y cómo, cuando obras bien, logras discernir lo correcto en medio de la confusión, y les cuento: No ejercí por mucho tiempo la carrera que estudié, pues mis estudios originales fueron en el campo de la administración. Tal vez porque siempre se me ha dado bien practicar la doctrina de Abraham Lincoln “Hagas lo que hagas, hazlo bien”, desde esa posición serví a mis ‘jefes’ a tal punto, que en un momento dado, me quedaba a cargo de toda una operación, mientras mi supervisor, a quien a partir de ahora llamaremos “Carlos” para proteger su identidad, se iba de vacaciones por tres meses completos.

Aquel negocio, que operaba alquilando un espacio limitado dentro de una oficina más grande, se dedicaba a las ventas de un intangible y, aunque no era mi responsabilidad, me veía haciendo ese trabajo en ausencia de Carlos. Ambos nos reportábamos a una gran corporación foránea. Por lo anterior, aunque Carlos se fuera, nunca estaba sola, pues compartía con la gente buena de la otra oficina y, además, desde ‘afuera’ todo el mundo ‘mandaba’ y se aseguraban de hacerse “presentes”.

Un buen día, Carlos tuvo un terrible encontronazo con la persona de más alta jerarquía a quien debía reportarse en el exterior y me anticipó que se iría para montar un negocio semejante y que, por supuesto, me necesitaba. En aquel desacuerdo ambos tenían algo de razón, pero para mí era más “lógico” moverme con Carlos. Y me desbordé dando ideas para que Carlos creara un concepto exitoso, hasta sugerirle una alianza que le aseguraría el éxito. Por necesidad, yo debía seguir trabajando para la empresa, luego de su renuncia, hasta que el nuevo negocio estuviera listo. La empresa me ofreció un ascenso, conscientes de que era el ancla que conocía todo el negocio, pero, por lealtad a Carlos, no acepté. Pasaron semanas en las que mi ya ‘ex jefe’, que no tenía necesidades económicas, andaba viajando, mientras la empresa reclutaba personas, que era yo quien las entrenaba y que se ganarían mucho más. Peor aún, Carlos esperaba que me convirtiera en una ‘espía’ y le contara todo lo que pasaba… y yo infeliz, evitando contar nada específico, para no sentirme como una traidora con quienes me daban de comer.

Llegado un momento, estaba tan deprimida con mis circunstancias y decepcionada con Carlos, que llegué a mi casa a llorar como Magdalena, y así me encontró una gran amiga que me fue a visitar. Entre “jadeos” le conté lo que pasaba y me dijo la frase memorable: “¿Cuándo vas a aprender a ser tan leal contigo misma, como lo eres con las demás personas?”. Y, abundó: “¿Acaso no te has dado cuenta de que Carlos lleva toda la vida utilizándote y que si estuviera en tu lugar ya hubiera aceptado la plaza que estás dejando pasar? Al día siguiente, todavía más frustrada, le comenté esa conversación a una de mis ‘vecinas’ de oficina y me dijo que ella pensaba lo mismo y no se atrevía a decírmelo.  No tuve que hacer nada pues el ‘gran jefe’ del extranjero estaba en Puerto Rico y me reunió para decirme que toda la gente entrevistada era buena, pero que había alguien mejor y que esa era yo; que tenía la oportunidad de reconsiderar y que la plaza más importante sería mía. Acepté, no sin antes llamar a Carlos, nuevamente por lealtad, para preguntarle qué haría él en mi lugar… y fue decente cuando me contestó: “Creo que hace tiempo yo hubiera aceptado la plaza”.

A partir de ese momento comenzó una nueva etapa profesional muy exitosa. El tiempo se encargó de demostrar que mi amiga tenía razón y más, porque la lealtad que yo una vez tuve hacia Carlos, no me fue reciprocada, por aquello de que “negocios son negocios”.

Con esta historia, donde el tiempo ha provisto para sanar y que Dios ponga cada cosa en su lugar, solo pretendo dar un ejemplo de que efectivamente la lealtad es un principio, un valor moral, que cuando no se practica con nosotros mismos, puede desembocar en frustraciones, corajes y hasta enemistades.

Trágicamente, hay lealtades en pro de causas negativas que pueden perjudicar a otras personas y entonces, la lealtad deja de ser un valor moral, para convertirse en frivolidad y perjuicio. No esperes lealtad de quien no te respeta ni admira o de quien solo te utiliza para sus propósitos personales. De igual forma, aunque hay ciertos aspectos de la vida en que la lealtad debe ser intrínseca de una relación, hay forma y debes escoger, ser leal a personas que lo merezcan, personas que no te envidien, personas que no te utilicen. Mejor aún, asegúrate de ser agradecido, de valorar lo que tienes y de ser leal a aquellos que siempre están para ti, en las buenas, en las malas y hasta en las por llegar… Y no se trata de ser “sello de goma”, ni de que la lealtad sea entre “panas”, se trata de que somos humanos y fallamos y no podemos “de un plumazo”, olvidar al buen hermano o al que bien te ha servido.

De esto se tratan los valores morales… Practicar cada uno de ellos, de una forma u otra, puede ayudarnos a hacer de este mundo, uno mejor.


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