El Jardín de la Vida
Por: Ivelisse Agostini
A veces son necesarios eventos dramáticos para descubrir que la vida es como la tierra con la que fuimos creados, donde se podrá cosechar según sea nuestra siembra. Tal cual la tierra, se dan casos en los que no se siembra nada, pero ante el descuido nace aquello que mueve el viento y, aunque llegare alguna buena semilla, la yerba mala lo cubre y “se pierde” la buena. Igualmente, pueden cultivarse plantas dañinas y hasta venenosas en buena tierra que se propagan sin control. Y puede ocurrir que algunos frutos se cultiven en terrenos pedregosos para lograr una fruta más concentrada como sucede con la viña (uva-vino). Y, puede haber una buena siembra y llegar una tormenta y destruirla, obligando al sembrador a volver a comenzar.
Sin embargo, aunque las circunstancias de nuestra existencia hayan provisto para una tierra más o menos fértil, siempre habrá posibilidad de que rinda buenos frutos. Para ello, debemos preparar nuestra tierra para que sea “fértil”, escoger “sembrar buenas semillas”; cuidar la siembra y esperar con paciencia la “buena cosecha”.
Desde toda perspectiva espiritual, mental y física, el ser humano puede tomar control de su vida asegurando su cuidado tal cual un campo donde se siembra. Sobre cuán importante es esto, son muchos los sabios que se han pronunciado, especialmente para advertir que nuestras acciones, o sea, lo que sembramos, tendrá consecuencias a la hora de cosechar. De hecho, los Evangelios de la Biblia están llenos de parábolas y enseñanzas expresadas por Jesús de Nazaret, como son la Parábola del Sembrador, la Parábola de los Obreros de la Viña y de frases tan claras como “por sus frutos los conoceréis”.
Ahora bien, todo lo descrito metafóricamente conlleva interés, propósito y compromiso, así como discernimiento para tomar las decisiones correctas. Igualmente, al sembrar, se necesitará “luz” para que los cultivos florezcan y den fruto.
Una mala selección de semillas sembradas, va a provocar frutos malos —“quien siembra vientos, cosecha tempestades”– y, no cuidar la siembra puede evitar una buena cosecha —“De mañana siembra tu semilla y a la tarde no des reposo a tu mano, porque no sabes si esto o aquello prosperará, o si ambas cosas serán igualmente buenas.”
Observamos que aparentemente, el mundo ha permitido que germine y se propague mucha “mala yerba”. Por eso, sin importar cómo hayas cuidado o no el espacio que te pertenece, es hora de actuar y de hacerte cargo de lograr los cambios necesarios, porque lo que cada uno de nosotros haga puede provocar la diferencia.
Como se advierte en la Parábola del Reino de los Cielos: puede haber una buena siembra donde algún enemigo siembre cizaña y que ambas crezcan juntas bajo el cuidado del sembrador, pero al final, se recogerá primero la mala yerba y se quemará, para luego recoger la buena y guardarla en las bodegas del amo.