...con estilo

Evolución de Padre a Abuelo

Por: Myra Sánchez

Todos los que estamos un poco antes o después de los 50, pasamos por los tiempos en que las parejas se casaban jóvenes, tal vez, muy jóvenes. A veces me pregunto si eso tuvo que ver con el aumento en la taza de divorcios. Y, de esto no hace tanto, aunque la sociedad haya hecho un cambio dramático.

Entonces, si una mujer llegaba a los 25 y no se había casado, se preocupaba, especialmente porque también eran tiempos en que a esa edad ya eran profesionales. Las casadas con un promedio de 23 años esperaban uno o dos años y tenían su primer hijo. Otras, no esperaban nada. Ese era el “orden perfecto” de la sociedad …

Me enamoré de mi esposo cuando tenía 17 años y, como él estaba preparado para ser un buen proveedor, me casé con casi 21 y él con 23. Pasado un año, salí embarazada de mi primer hijo y 10 meses luego de su nacimiento, salí embarazada del segundo. Teníamos las “manos llenas” y aunque se suponía que éramos jóvenes preparados, bien centrados y con valores, demás está decir que en realidad éramos dos personas inmaduras, criando niños.

Las complicaciones surgieron al darnos cuenta de que, en materia de mostrar afectos, cada cual traía un bagaje diferente y de igual forma, puntos de vista diferentes en torno a cómo educarlos. Mi hombre siempre era más atento como esposo y yo trataba de ser la esposa y madre perfecta. Se supone que hicimos un buen “team” y todavía, estamos aquí, unas cuantas decenas de años después.

Los hijos crecieron buenos, con virtudes y defectos, en parte por los genes y en gran parte por los aciertos y los desaciertos de aquellos que les criaron siendo muy niños. Esta nueva generación se casó cuando ya tenían estudios postgraduados, luego de escoger bien sus parejas. Y, tuvieron sus hijos, nuestros nietos.

Hay quien dice que los nietos se quieren mas que los hijos, lo cual no creo que sea cierto. Sin embargo, creo que lo que sucede es que como abuelos estamos mejor preparados para ser buenas influencias sobre ellos.

Desde la premisa anterior, quiero honrar a mi querido esposo y al buen trabajo que ha hecho como abuelo y les cuento: Cuando nació nuestro primer nieto, fue ingresado en NICU. Éramos jóvenes, trabajábamos todavía, pero abuelito siempre buscaba la forma de conseguir salir y cubrir horas para darle “bibi” al bebé en el hospital y que sintiera el calor familiar, porque su mami tardó en recuperarse. Le gustó tanto acunar al bebé que, según este crecía, pedía vacaciones para cuidarlo y que los padres pudieran cumplir compromisos laborales que incluían viajes. La familia siguió creciendo y abuelito evolucionando. El que nunca ha sido “musical”, no les cantaba, pero descubrimos que el hombro mágico que tuvo para sus hijos seguía en perfecto estado y era el experto en dormirlos. Compró infinidad de patitos para el baño, convirtiendo este evento en uno divertido; y, casi un “dealer” de carros para que corrieran la variedad en el patio. Bloques, caballitos, imanes, “tablets”, ¡qué no les ha regalado! Con abuelo le cogieron el gusto a un sinnúmero de golosinas, a ver películas animadas, a disfrutar la piscina, una que de otra forma casi no se usaría.

Todos los nietos han crecido y el más chico está fuera de Puerto Rico, pero ya ha disfrutado del hombro mágico y de los cuidados de abuelito. Hoy el mayor ya es mas alto que él, y aunque abuelo ya no tiene el mismo ánimo, sus nietos siguen recibiendo atención y cariño. Con los años refunfuña más, pero de vez en cuando es el más simpático que se atreve hacerles chistes, que aunque a veces son mongos, ellos se los ríen. Un día estando enfermo, el mismo nieto que es tan alto le dijo que estaba creciendo para poderlo cargar cuando se pusiera más viejo. El abuelo riéndose le preguntó si también le cambiaria los pañales y el nieto le contestó, “claro abuelo, si tú a mí me los cambiaste”.

Los nietos no se quieren más que los hijos, pero hay abuelos y hay abuelos, como el de este cuento, a quien podemos decir, que quieren mucho esta esposa, sus hijos y nietos.