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La sanación del odio

Por: Ivelisse Agostini

En esta sección dedicada a “placeres humanitarios”, acostumbramos a publicar reportajes sobre temas que ayuden a mejorar nuestra sociedad, desde distintos ángulos: social, psicológica, física y espiritualmente. Temas sobre autoayuda, solidaridad con el necesitado; así como sobre sanación emocional y espiritual, abundan y siempre son enfocados desde la perspectiva de los valores morales y humanos. Aunque con agrado, nos sigue sorprendiendo que esta sección reciba un gran apoyo de nuestros lectores, pues sabemos que la mayoría llegan atraídos por placeres como la gastronomía, el turismo y el entretenimiento que son protagonistas en placerespr.com. De hecho, nuestra sección fue concebida basada en que no hay mayor placer que ver buenos resultados cuando nos esforzamos en ayudar al necesitado.  O sea, lo que deseamos es lograr cambios sobre lo que nos preocupa, intentando transformar lo negativo en positivo.

Entre la infinidad de situaciones negativas, destructivas y peligrosas que aquejan a la humanidad, existen muchas que tienen un factor común: el odio. Se trata de un término que puede referirse a sentimientos, actitudes, y reacciones basadas en experiencias, percepciones o traumas, en fin, que puede tener diferentes motivos que lo originen y/o estimulen. Aunque algunos “no se den cuenta”, el odio es como un motor que siempre tiene como fin destruir a quien o a quienes va dirigido. Sin embargo, el efecto del odio, tal cual un bumerán emocional, termina regresando a su origen. Y, es que el odio es tan negativo, que cuando se apodera de una persona, provoca que ésta pierda toda noción del sentido de culpa y de humanidad que debe estar presente cuando se le hace daño a los demás. Perder la conciencia es peligroso y tan perjudicial, que genera el deterioro moral y a su vez propicia el deterioro emocional de quien lo padece.

Los estudiosos de la conducta mencionan que mientras más se repriman las emociones negativas, más propensa está la persona a convertirlas en rabia, de ahí al odio y hasta llegar a desear venganza. No debe sorprendernos, entonces, que, tal cual bombas de tiempo, sean las personas que reprimen sus emociones las que mejor ejecutan campañas de odio. De otra parte, parece ser que las personas que tienden a exteriorizar sus disgustos, logran liberar parte de su carga negativa y son menos propensos a cultivar rencor o la rabia que conduce al odio. Esto no quiere decir, sin embargo, que sea correcto ventilar sin filtro nuestro descontento, pues puede igual provocar conflictos. Lo correcto, es canalizar la energía que producen las emociones negativas mediante herramientas como el ejercicio físico, alguna disciplina artística o mental, por mencionar algunas, antes de vocalizar lo que puede hacer daño a otros. En otras palabras, quien no desea que el odio controle sus sentimientos, ante un conflicto personal, siempre debe canalizar sus emociones, no reprimirlas ni manifestarlas de forma descontrolada. En lo posible, se debe tratar de interpretar las acciones que siente le perjudicaron y lo que movió a la otra persona a actuar en su perjuicio, no para justificarle, sino para entender si hubo intención o partió de otra reacción. Es tan simple como que en el proceso puedes descubrir que el origen de tu odio parte de un juicio viciado por experiencias previas y, hasta aceptar la parte de responsabilidad que te corresponde, si alguna. Puedes haber interpretado incorrectamente una intención y estar herida(o) sin razón. Igual, puedes reafirmar tus sentimientos al respecto, pero internalizar que el odio que sientes te está haciendo más daño. Esto es algo que las personas con madurez emocional entienden como ejercicio necesario y a través del mismo logran evitarse muchos dolores de cabeza personales y causar daños colaterales que siempre tienen consecuencias.

Para conocer si el odio está condicionando tu vida y la de tu entorno, solo analiza si tus acciones están enfocadas en desear que la(s) otra(s) persona(s) en el conflicto desaparezca(n) de tu vida, desde toda perspectiva. Pregúntate, además, si para lograrlo, crees que cualquier medio está justificado para lograr el fin que persigues.  Analiza si has estado haciendo cosas en contra de tus principios, que jamás hubieras hecho o deseado hacer y cuánto de tu tiempo y energía esta consumiendo la situación en conflicto.

Para desarraigar este sentimiento y sanar, será necesaria la ayuda de un profesional que tenga una visión limpia de tus circunstancias actuales, pero el primer paso debes darlo tú, y es reconocer que sientes odio y que es algo destructivo, incluso para ti. Como la relación en conflicto tuvo un “antes”, ayuda que seamos sinceros y justos en identificar lo bueno de ese “antes” de la parte involucrada que ahora despreciamos. Haz la misma valoración con respecto a tu persona. Luego analiza el “después” con la(s) persona(s) en conflicto, en todos sus méritos y busca el punto donde se dio el cambio, qué lo provocó y lo que influenció para que la rabia llegara a convertirse en odio. Este ejercicio, si trabajado de forma honesta, con toda probabilidad te llevará a entender que la situación presente no es solo responsabilidad de una de las partes y que, en el deseo de perjudicar a la otra persona, has hecho cosas injustas y viciosas que van en contra de tus principios y valores. Ante ello, procura perdonarte y perdonar, detener cualquier proceso destructivo y tratar de reparar el daño que hayas hecho. Ojalá que hagas esto con la ayuda de una persona capacitada como un psicólogo o un sacerdote. ¿Olvidar? Es algo que puede o no lograrse, pero el bien que surja luego de que te limpies del afán destructivo, acumulará buenas vivencias capaces de sustituir con bien, el espacio que antes había ocupado el mal. Así lograrás lo que promovía San Francisco de Asís para ser felices: Paz y Bien. Piensa que lograr esa paz y ese bien que solo se logra con el perdón en semejante situación, es algo que también le ha faltado a quien ha sido el foco de tu venganza.

Al final, todos tenemos nuestra historia, donde no se puede cambiar el pasado, pero siempre es posible cambiar el presente y el futuro. Como dice un sacerdote amigo: “Antes de actuar, pregúntate que haría Jesús en tu misma situación”. Contestar esa pregunta con sinceridad, siempre, siempre, siempre, te dará la respuesta correcta, aunque dé trabajo hacerla nuestra.


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