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Testimonio de Conversión de alguien como tú

La historia a continuación es narrada en primera persona por una amiga que nos regala su testimonio  y nos cuenta, cómo luego de alejarse de Dios, volvió a re-encontrarse con Él.   Sirva esta historia de ejemplo de cómo una vida transformada puede impactar positivamente la de otros.

“Cuando pequeña, y aún durante mi adolescencia, hasta mi primer año en la Universidad de Puerto Rico, fui una niña-joven, muy espiritual y religiosa. Este fervor, aparte de ser un don que Dios me regaló, lo desarrolló en mí, mi abuelita, con quien yo era muy afín, y a quien amaba mucho. Siempre admiré su dulzura, inteligencia, sus talentos en el tejido, y su capacidad extraordinaria para sobrellevar los problemas que vivió, con buen ánimo, fe y sabiduría. Nunca supe si ella estaba consciente de sus cualidades porque nunca hablaba de sí misma. Ella era sumamente caritativa, le gustaba ayudar a los demás. Su trabajo como secretaria de una oficina de Salud Pública, lo realizaba con esmero y alegría.

Yo solía rezar el Rosario todos los días. Biblia y RosarioEra, y todavía soy, devota de la virgen del Perpetuo Socorro. Conservo la imagen que le regaló mi mamá a mi abuelita y que ella siempre tuvo en su cuarto.  Cuando entro a la universidad, comienzo a alejarme de Dios y de la iglesia porque no encuentro respuestas a mis cuestionamientos sobre la fe y las personas que, aludiendo a la fe, actuaban contrario a los mandamientos de Dios. Comienzo a juzgar ¨la hipocresía de la iglesia” y de los que se proclamaban católicos y cristianos. Mis sentimientos, y lo que catalogué como el silencio de la iglesia y de Dios a mis inquietudes, provocaron descreimiento y abandono total de la fe. A mis 19 años me convertí en atea convencida de la no existencia de Dios por lo cual me casé por lo civil y no por la iglesia.

A los 20 años tuve mi primer bebé, y cuatro años más tarde nació mi segundo hijo. Ambos, frutos de mi primer matrimonio. A los 27 años contraigo matrimonio por lo civil nuevamente y un año después doy a luz a mi tercer hijo. Ninguno de los tres estaba bautizado. Soy fiel a mis principios, no me gusta la hipocresía en ningún sentido, así que no estaba de acuerdo en bautizar a mis hijos por el qué dirán o por complacer a nadie si yo era antirreligiosa.

Mis dos hijos mayores estudiaban en una escuela Montessori. Cuando la mayor se gradúa  de sexto grado, entra a estudiar a la Escuela Superior de la UPR. Entonces decidimos cambiar a mis otros dos hijos a un colegio más cerca de nuestros trabajos, y los matriculamos en un colegio católico cercano. En este colegio los niños de tercer grado hacen su primera comunión. Para esto tenía que bautizar a mi hijo. En lugar de rechazar la idea, la acepté y decidí bautizarlos a los tres de una vez. Creo que no asistía a una iglesia hacía más de 10 años. Como consecuencia de estos bautismos, renació en mí, el sentimiento de acercarme a Dios, aunque con mis serias dudas. La reconversión a la fe cristiana y católica fue un proceso lento, pero continuo. Comencé a asistir algunos domingos a la iglesia. Iba de vez en cuando. Recuerdo que me sentía rara dentro de la iglesia y orando. Para mi sorpresa, todavía recordaba la liturgia y las oraciones en la misa. Poco a poco fui sintiendo un deseo más fuerte de ¨hacer las paces” con Dios. Me acerqué a la Virgen María y retomé mi rezo de los Rosarios. Tenía esa sensación de cuando uno se va de viaje a otro país por mucho tiempo y al fin regresas con tu familia a tu hogar. Fui sintiendo mucha paz. Cuando vivía situaciones difíciles me refugiaba en Dios y en María. Volvieron a ser mis confidentes y mis consoladores, en mis alegrías y en mis tristezas.

Me di cuenta de que las actitudes y reacciones humanas no tienen nada que ver con el amor y la misericordia de Dios. Pude verme reflejada en aquellas personas que critiqué. rezando manos pintadasNo cometía sus mismos errores, ni era hipócrita, pero era tan vulnerable, débil a la tentación y pecadora como ellos. Comprendí que no soy quien para juzgar a otros por sus pecados porque yo también tenía mis propios pecados. Hoy día, entiendo que esa transformación fue obra del Espíritu Santo. Dios me fue llevando de la mano con su inmenso amor para regresar a Su casa.

Siempre me gustó hacer labor social. Sentía inquietud por donar de mi tiempo a las personas que necesitaran ayuda. Mientras criaba a mis hijos, se me hacía muy difícil encontrar ese tiempo. Ya en el 1989, nace mi cuarta hija. (En total eran 5 porque el tercero nuestro era del primer matrimonio de  mi ex esposo, pero para mí era como un hijo. Lo amaba y lo sigo amando como si lo hubiese parido. Ya cuando nace la menor de mis hijos, Dios estaba en mí y yo en Él. Le agradecía cada bendición y oraba cada día. Asistía a misa los domingos con mayor frecuencia. A ella también la matriculamos en el mismo colegio donde mi segundo hijo hizo la comunión. Aunque ella entraría a la escuela intermedia del colegio, sus grados elementales los estudió en otra escuela privada laica.

En el 2002, mi esposo se fue de la casa. Pensé que el mundo se me caía. Estaba desempleada. Le reclamé a Dios por qué permitía que pasara por tanto dolor en esta etapa de mi vida cuando ya yo pensaba que viviríamos juntos toda la vida. Sufrí mucho. Me sentía devastada pero nunca volví a renunciar a Dios. Me aferré a Él con mucha fe y esperanza. Le pedía que me ayudara, que me fortaleciera. Fueron dos años de mucha incertidumbre y tristeza. Busqué ayuda sicológica y espiritual para salir de la incertidumbre. Me dediqué a trabajar mi ser interior, mis debilidades, inseguridades y miedos. Dos años después me divorcié. Conseguí trabajo, me mudé de mi residencia propia de toda la vida. Hubo muchos y grandes cambios en mi vida. Comenzaba una nueva etapa. Mis hijos mayores ya estaban terminando la universidad. Los últimos dos todavía estudiaban, uno en la UPR y la menor ya estaba en intermedia.

Comencé a trabajar como voluntaria con las personas sin hogar y entré a una orden religiosa laica a la que aún pertenezco.Homeless Sleeper Trabajando como servidora de las personas sin hogar mi mayor satisfacción ha sido ver cómo algunos de los adictos que llegué a atender en la calle, lograron su rehabilitación y hoy día tienen sus apartamentos, sus ingresos, y han podido rehacer su vida con dignidad. Una de las que mayor impacto me causó fue Sandra (nombre ficticio). Ella estuvo a punto de la muerte pero gracias a Dios, ocurrió el gran milagro. Recuerdo como la trabajadora social, durante uno de los momentos en que Sandra padecía fuertes dolores, le dijo que repitiera con fe: ¨Jesús yo confío en Ti¨ y  Sandra, repitiéndolo con fe, lograba calmarse. La rehabilitación de Sandra como la de Rafael (nombre ficticio) requirieron mucho esfuerzo, pero Dios les regaló la presencia de ángeles terrenales, laicos y sacerdotes, que estuvimos junto a ellos durante sus respectivos procesos con mucho amor. Fue difícil y extenuante, pero Dios no nos abandona cuando lo llamamos con fe para auxiliar a uno de Sus hijos.

Mi relación con Dios es cada día más cercana. Dios es mi todo, mi vida, mi Padre y mi amigo. Voy a Retiros, a talleres de Biblia, cursos cortos, donde veo alguna conferencia o libro que me ayude a remar mar adentro; en el conocimiento y vivencia espiritual con Dios, ahí estoy yo, siempre que puedo sacar el tiempo. Actualmente pertenezco a una pastoral de evangelización a la cual Dios me llamó y no puedo decirle que no.

A partir de mi divorcio las bendiciones han sido demasiadas, más de lo jamás esperado o soñado.  Por supuesto que tengo problemas y que he pasado por circunstancias difíciles, entre ellas el desempleo, pero vivo llena de fe y esperanza. Comprendí que en la vida siempre habrá problemas, la diferencia está en cómo nos enfrentamos a esos problemas. La conversión continúa, sólo termina con la muerte. Mientras hay vida, hay que continuar orando. Cada día conozco algo nuevo que Dios me revela sobre Él. También Él me hace jugaditas: me llama para cosas que nunca pensé que podría hacer en mi vida y ya no puedo negarme a nada. Sólo le pido que dirija mis caminos y me de Sabiduría y Entendimiento para llevar a cabo cada tarea, cada misión que me encomienda.

Mi meta es continuar en mi camino de conversión y ayudar a mis hijos (aunque ahora ellos me ayudan a mí). Soy abuela y estoy disponible para ellos, quizás, ahora estoy un poco más comprometida con Dios, con mis clases de idiomas, y otros trabajos voluntarios, pero para ellos, saco siempre el tiempo.

Quiero dejarle saber a las personas que no creen en Dios por distintas razones, o a los que se han alejado de la iglesia, que Dios los ama incondicionalmente y la vida junto a Dios es mucho más llevadera. Acérquense a Dios, invocando al Espíritu Santo y poco a poco, si lo buscan desde el corazón y con mucha voluntad,  experimentarán emociones indescriptibles. Por más que yo las describa, tienen que vivirlo para comprender lo que digo. Cada persona tiene su proceso de conversión y encuentro con Dios. Sin prisa pero con mucha fe”.

Al final, recordemos que todos tenemos la capacidad de transformar nuestras vidas e identificar de qué forma y manera positiva podemos ayudar a los demás.


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