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El recuerdo de mamá

Por: Ivelisse Agostini

Para quienes hemos tenido la fortuna de compartir nuestras vidas con una buena madre, es inevitable que para estas fechas en que las celebramos, lleguen a nuestra mente los recuerdos de los buenos momentos que vivimos con ellas, estén vivas o hayan trascendido ya.

De igual manera, quienes hemos sido madres, aunque sin exigencias, habremos de desear que, en el Dia de los Madres, nuestros hijos tengan para nosotros algún detalle especial, que puede ser tan sencillo como una llamada en la que surjan algunas expresiones de amor o ternura algo más espléndidas, un regalo o una invitación para compartir en familia. Se trata de que nos recuerden mientras estamos vivas y de que guarden un buen recuerdo nuestro, cuando faltemos.

Desde ese anhelo de reconocimiento, me surge la pregunta de los 65K “chavitos”: ¿Cómo me gustaría que me recordasen como madre?

Pues en este momento creo que soy muy fácil a la hora de regalar: Lo primero y favorito, estar con ellos. Si de algo material se trata, mis perfumes; un conjunto de pijama, bonito, femenino y fresco o un certificado de belleza o estética por lo que puedan.

Me encanta me regalen un bonito set de pijama, femenino y bonito. Suministrada.

Pero, y cuando pasado el tiempo ya no esté con ellos, ¿Cómo quisiera que me recuerden? No hay morbo en la pregunta, ni estoy pensando en “enliarlas”. Más bien se trata de que confío precisamente en que me recuerden de la mejor manera posible.

Y, aquí voy, comenzando con la realidad vivida para luego contar lo que espero recuerden de la misma.

Tengo dos hijos varones, muy diferentes entre sí, cada uno muy agraciado en torno a sus rasgos físicos y a sus particulares capacidades y talentos. Desde que eran niños, me preocupé por hacerlos sentirse amados y porque aprendieran a expresar sus sentimientos; porque recibieran la mejor educación dentro de un entorno cristiano; porque estuvieran saludables y bien cuidados; porque siempre estuvieran bien presentables y practicasen buenos modales, pero sobre todo que nunca cedieran en lo que a valores se refiriera. Siempre fueron alegres y muy activos, uno más expresivo y otro más analítico, los dos buenos, los dos desprendidos, siempre buenos hijos. Todo eso suena perfecto, pero todo lo que a familia y hogar se refiere conlleva compromiso y sacrificio.

Que me recuerden con “plenera” en mano, animándolos en las competencias de volibol. Suministrada.

Los grandes retos nos llegaron tan pronto nuestros hijos entraron en la adolescencia simultáneamente porque se llevan poco tiempo. A partir de entonces, los santos pollitos comenzaron a salir y a disfrutar y, ya no eran solo ellos, sino su grupo de amigos. Parecían no tener límite ni siquiera con un padre estricto.  Superados esos años, con sus aciertos y desaciertos, bien educados y preparados, finalmente volaron y dejaron el “nido vacío”. Ahora, como dijera José Ortega y Gasset “son ellos y sus circunstancias”, muy valientes para superar las pruebas que la vida les ha presentado y que, agraciadamente, los han llevado a entender que “Quien a Dios tiene, nada le falta”.

Hoy seguimos siendo la familia cariñosa y expresiva que habla alto y se abraza fuerte, que canta y baila, que ríe y llora, que le gusta compartir con sus amigos y los amigos de todos, que sabe los defectos y virtudes del otro, que aprendió a no juzgar, y que perdona y aconseja cuando hace falta. Somos los de siempre, con todo y los avatares de la vida, nos seguimos queriendo mucho y de forma entrañable. Somos imperfectos y… precisamente así quiero que me  recuerden, imperfecta.

Así que, quiero que me recuerden feliz y amorosa, como cuando les canté siendo bebés; cuando aprendieron a bailar conmigo; cuando les animaba en los deportes con una plenera o les ganaba en los juegos de mesa; cuando corría del lado de la piscina o de la pista, animándolos si competían; cuando los llevaba a una Iglesia diferente porque era donde asistían los amigos y las nenas lindas; cuando cantábamos con los primeros karaokes; cuando los invitaba para que me bailaran en las convenciones; recordando anécdotas de nuestros viajes siendo adolescentes; cuando era “another one of the boys” con sus amigos y cuando añoñé a sus hijos. También deseo que recuerden que nunca estuve sola, que siempre tuve a su imperfecto padre a mi lado, el mismo estricto con quien discutían, y que según pasaba el tiempo cedía, hasta convertirse en “un alcahuete”, el padre y abuelo que adoran y admiran.

Asimismo, recuerdo a mí querida madre, ninguna mejor y maravillosamente imperfecta, quien fue un modelo de valores y buenos modales y de quien aprendí algunas de mis mejores lecciones, precisamente porque cometió algunas equivocaciones. Su mejor legado fue haberme enseñado a creer y amar a Dios, lo cual sería para mí, una de las razones por las cuales quisiera que mis hijos me recordasen, además de ser imperfecta.


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