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Vivir y dejar vivir… en paz

Por:  Myra Sánchez
editorial@placerespr.com

Con el paso de los años vamos descubriendo que el respeto tiene muchas ramificaciones, incluyendo el hecho de que no tenemos derecho a intentar controlar la forma de actuar de los demás y muchos menos de juzgarles. Y, los “demás” son desde la familia, incluyendo los hijos con quienes entendemos tener autoridad; los amigos; los colegas; los vecinos y hasta aquellos con quienes estamos asociados o nos congregamos.

En el mejor de los casos, que es cuando hay amor, cariño o aprecio sincero, deseamos lo mejor para estas personas y si entendemos que necesitan ayuda o protección, nos desbordamos en atenciones, a veces, tratando de hacerles el camino más fácil y/o de protegerlos. Lamentablemente, en ese proceso, podemos impedirles que sean libres o capaces de tomar decisiones inteligentes y, por ende, podemos obstaculizar su “crecimiento” en el tema en cuestión. Lograr entenderlo evitará decepciones y ayudará a conservar la paz interior y la buena relación. Sin embargo, para aquellos a quienes amamos, debemos estar disponible si en algún momento cometen algún error o una decisión mal tomada nos hace necesarios.

En otros casos, cuando se trata de personas en nuestro entorno entre las cuales no existen relaciones tan estrechas, más bien intereses comunes, siempre aparecen circunstancias en las que la competencia, la insatisfacción y las frustraciones de algunos se manifiestan queriendo controlar personas y situaciones. Se trata entonces de personas que son particularmente obvias en su forma de actuar para llamar la atención y/o ocultan su malestar mediante intrigas y murmuraciones en contra del que no pueden controlar, sobre todo si notan que sobresale. Tristemente, suelen aparentar ser gente agradable y tal vez lo sean, pero por inseguridades que les llevan a la envidia, acuden primero a regar semillitas para buscar alianzas y luego dejan crecer la cizaña en contra de aquellos a quienes no pueden controlar. En lo personal, tenemos que evitar comportarnos así, pero, asimismo, alejarnos de aquellos que demuestren este tipo de comportamiento porque no hacerlo nos convierte en cómplices o iguales.

El respeto debe ser una guía sobre la cual basarnos para “vivir y dejar vivir”, sin ser egoístas, ni faltar a la caridad y sin dejar de tener buen corazón.  Es nuestro deber intentar hacer de nuestra vida lo mejor que podamos de acuerdo a nuestros valores y creencias, pero de igual forma, es un derecho de todos hacer lo propio. Recordemos que el más perfecto ejemplo de amor y poder, nuestro Padre Dios, nos creó a su imagen y semejanza, con un equipaje de habilidades y talentos, pero con libre albedrío. Sus enseñanzas, como ocurre con las de padres a hijos, proveen para que escojamos el bien sobre el mal, pero cada uno elige por sí mismo… Aunque tiene todo el control, no nos controla, pero acude en nuestro socorro, tal cual lo hace un buen padre, aun cuando fallamos o cometemos errores. En otras palabras, amar a otro, no puede significar tratar de controlar su vida… Podemos intentar ayudar, aconsejar, apoyar y orientar, pero nunca, controlar.

Todos tenemos la libertad de escoger quién o quiénes merecen nuestra confianza para estar a nuestro lado. Hace sentido entonces evitar a los que te demuestran que no les interesas nada más que cuando les mueve un interés personal, los que se acercan para criticar a otros, porque lo harán contigo de igual forma y los que siempre quieren, aun sin tener confianza, saber más allá de lo que tú deseas contar o compartir, tuyo o de otros.  En el proceso de escoger, no dediques todo tu tiempo descifrando a quien nunca logras entender porque no es afín, si por ello arriesgas la oportunidad de cultivar una relación de respeto con quien sí lo es.

En cualquier caso, no te prives de hacer el bien, sin mirar a quien. Ama y perdona, pero no seas victima ni provoques que otros lo sean por tu causa.

Vivir y dejar vivir… respetarse y respetar, de eso se trata la búsqueda de la paz.

 

 


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