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La pérdida del ser amado

Por: Ivelisse Agostini

En días recientes he visto con tristeza como tres buenas amigas han perdido a sus esposos, en todos los casos luego de haber pasado por alguna crisis de salud, todos entre los 50 y los 70 años. Ante esta profunda pena, a ellas y a sus seres queridos les consuela haberles expresado en vida su amor. Sin embargo, cada uno de ellos fue un excelente esposo y estoy segura de que superar semejante pérdida es un proceso complejo para el cual se necesitan herramientas especiales. Y, es que nunca es fácil superar este dolor, pero cuando se trata de personas con quienes se han compartido las vivencias mas importantes, tiene que ser aun más difícil.

Aquellos que tenemos Fe, aunque con variedad de creencias en torno a lo que sucede a partir del momento en que fallecemos, de todas formas coincidimos en que somos un espíritu (alma) que habita en nuestros cuerpos y que puede aspirar a la eternidad. Lo anterior va a depender de nuestras buenas obras y de cuánto amor hayamos experimentado y ofrecido a nuestro prójimo. Agraciadamente, muchas personas se rigen por principios semejantes aún sin tener las mismas creencias, de tal forma que ante la pérdida, también tienen esperanza.  Y, es que, basta con estar cerca del cuerpo de un ser querido luego de que fallezca, para confirmar que la energía que allí habitó, lo ha abandonado para tomar otros rumbos.

El proceso de duelo ante la pérdida de un ser querido pasa por varias etapas, todas con emociones fuertes atadas al miedo, pero que son posibles de controlar.

Perder a quien se ama es un golpe demasiado fuerte que dura y deja cicatrices, pero igual que sucede con éstas, el tiempo las va haciendo menos notables a través de herramientas sanadoras como las que describimos a continuación.

  • Aunque creas que el tiempo todo lo sana, debes estar consciente que tus decisiones y actitudes harán la diferencia para mejorar cómo te sientes y superar cada etapa con mayor rapidez y mejores resultados.
  • Deja que la tristeza salga y habla sobre ello.
  • Serán normales momentos en que te invada el coraje, y traten de superarte el llanto, el desgano y el cansancio, por eso evita quedarte solo y sin hacer nada.
  • Mantén constante comunicación con personas que saben por lo que estás pasando que tengan la habilidad de “motivarte” a salir, a distraerte, a trabajar o hacer proyectos creativos cuyos frutos te recompensen.
  • Reza si eres religioso y si no, practica alguna disciplina que te ayude a relajarte y a encontrar paz.
  • Haz ejercicio.
  • Visita lugares nuevos que sean agradables.
  • Súrtete de buenas películas, libros o juegos que produzcan pensamientos, actitudes y energía positiva.
  • Reconoce síntomas anormales de tu cuerpo y trátalos con el médico correspondiente o con un psicólogo que pueda ayudarte con la terapia adecuada. La poderosa mente, cuando trabaja en negativo, afecta los hábitos de alimentación y de sueño, entre otros.
  • Aléjate de los vicios y de los excesos, particularmente del alcohol que puede deprimirte.
  • No te precipites cuando tengas que tomar decisiones que surgen ante la ausencia de un familiar. Consulta a expertos y busca más de una alternativa antes de escoger un cambio.

Al final, cada día trae algo nuevo en qué pensar y nuevas decisiones que tomar. Esto significa que los procesos de sanación pueden tardar más o menos tiempo, pero si descubres que no puedes trabajar solo con la pena o que es muy difícil hacerlo cuando otros también dependen de ti, debes buscar ayuda profesional. Los expertos pueden ayudarte a sentirte mejor y a organizar y armonizar tus prioridades, con las de los demás. Mientras, recuerda que “cada día tiene su propio afán”, a veces con agradables sorpresas, y por eso, debes vivir un solo día a la vez.

Si tienes Fe, como dice San Agustín en su reflexión, La Muerte no es el Final, debes tener la esperanza de que el día que seas llamado, podrás volverte a encontrar con tu ser amado.

(San Agustín de Hipona)

La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho.
No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.

No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.

AMÉN


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